Aguas residuales: ¿qué son y cómo afectan a los refugiados?
Hemos permitido a más de 1.500 personas refugiadas en el valle de la Bekaa disponer de un sistema de tratamiento de aguas negras y grises
Se llaman aguas residuales a las aguas que han sido empleadas con fines domésticos, industriales, sanitarios, en la ganadería, en la agricultura o cualquier otra actividad humana. Por lo tanto, contienen desechos contaminantes sólidos o disueltos como productos químicos, detergentes, plásticos, metales pesados, además de restos orgánicos como heces fecales y orina.
Pero, más allá de eso y como consecuencia de la carencia de mecanismos eficientes de saneamiento y desinfección antes de que vuelvan nuevamente a la naturaleza, “las aguas residuales son un foco de infección por contener heces, residuos médicos, pesticidas agrícolas y sustancias químicas potencialmente tóxicas”, asegura Pablo Alcalde, responsable de Agua, Saneamiento e Higiene de Acción contra el Hambre.
Sobre todo, en escenarios donde “como consecuencia directa de los conflictos, los que se desplazan a menudo se instalan en zonas donde no tienen otra forma de acceder al agua que a través de los recursos contaminados”, explica Alcalde.
Consecuencias del consumo de aguas residuales o no tratadas eficientemente
Si tenemos en cuenta que alrededor del 80% de las aguas residuales producto de las actividades del hombre, vuelven al medio ambiente sin tratamiento previo y que anualmente se producen alrededor de 380.000 millones de metros cúbicos en todo el mundo, es evidente que sus efectos negativos sobre el ecosistema y la salud son sumamente amplios:
- Anualmente 361.000 niños y niñas menores de cinco años mueren a causa del consumo de aguas no tratadas.
- El consumo de aguas contaminadas con excrementos hace que unos 1.800 millones de personas corran el riesgo de padecer cólera, diarrea, polio o disentería cada año.
- La diarrea por tomar agua no potable es la causa de al menos 502.000 muertes al año.
- Se estima que en el mundo fallece un niño cada 90 segundos debido a la inaccesibilidad del agua potable.
- En el 80 % de los hogares sin agua corriente, las niñas y las mujeres se hacen cargo de las actividades de recolección.
- El tratamiento deficiente de las aguas negras y grises afecta sobre todo a la población vulnerable y es uno de los elementos que sirve para acentuar la situación de crisis humanitaria.
Aguas residuales y asentamientos para refugiados
Estas cifras son especialmente alarmantes en territorios en conflictos y asentamientos para refugiados, donde el acceso a agua segura tratada con sistemas de potabilización eficientes es sumamente difícil.
Solo por mencionar un caso, Lucía Villamayor, gestora de los proyectos de Agua, Saneamiento e Higiene de Acción contra el Hambre en Zahle (Líbano) declara que “tras 15 años de guerra civil (1975-1990), Líbano es un país que carece de conexiones de agua básicas para el 20 % de su población. Las redes son poco fiables y solo el 8 % de las aguas residuales son tratadas con efectividad”.
Anualmente 361.000 niños y niñas menores de cinco años mueren a causa del consumo de aguas no tratadas.
En consecuencia, la situación se ha agravado y las condiciones de insalubridad caracterizan los asentamientos para refugiados. Además, tras años del conflicto sirio se ha dado lugar a asentamientos informales donde los refugiados son tratados con medidas de emergencia.
Villamayor sostiene que “las aguas residuales se acumulan principalmente en tanques y pozos ciegos, los cuales requieren de frecuentes y costosos servicios de recogida, aunque también van a parar a puntos de vertido donde no son tratadas en absoluto. En muchos asentamientos los servicios de recogida no son suficientes y las aguas negras se desbordan al lado de las letrinas”.
La necesidad de acceso a agua potable en asentamientos para refugiados
En Acción contra el hambre hemos emprendido diversas labores que han favorecido a más de 1500 refugiados en los asentamientos del Valle del Bekaa, donde los casos de encharcamiento de aguas negras y grises eran muy comunes. Lucía Villamayor explica que “para solucionarlo, conectamos las tiendas a una fosa séptica mejorada, que trata y limpia las aguas residuales. El agua tratada y libre de patógenos se infiltra en el terreno con ayuda de un sistema de tuberías de irrigación que posteriormente descarga en una gran zanja rellena de grava. Esto permite aumentar la capacidad de absorción del suelo. No se han detectado más casos de encharcamiento de aguas residuales donde se ha implementado”, destaca Lucía Villamayor.
Ante este escenario tan limitante y comprometedor para los refugiados, cabe asumir acciones creativas, novedosas y sostenibles que apunten no sólo a atenuar los riesgos sanitarios y a mejorar las condiciones de salubridad en los asentamientos, sino que también prevean el tratamiento óptimo y respetuoso de nuestros recursos naturales, y la disminución de costes en servicios de recogida.